“Oh! cielos”. Inexplicablemente, ésa fue la expresión modulada por mis labios al tomar conciencia de algo tan obvio como ignorado: ¡mi existencia está rodeada de muebles! Y la de mis padres, y la de mis hermanos y la de mis amigos, y la de los que no son mis amigos, ni mis padres ni mis hermanos. Muebles, artículos de decoración y complementos por doquier, en todas partes.
Justo antes de ese descubrimiento, estaba a punto, a puntito de dormirme. Mi cabeza, en apariencia sobre los hombros, reposaba sobre el respaldo de la butaca y la butaca sobre la alfombra. A lo lejos, más allá de la cortina que cuelga del arco del comedor, vi la sombra del perchero proyectada sobre la pared, oscureciendo parte del único cuadro anclado en el recibidor. Dentro del cuadro, una golondrina construía un nido. Mis párpados caían y mi mente se encontraba ya de camino a otro mundo cuando pasó lo inesperado: el mundo cambió mi mente. El pájaro salió del cuadro para posarse en uno de los brazos del perchero. Del perchero brotaron pequeñas hojas verdes que se volvieron rojas. Tan rojas como la piel de la butaca que sustentaba mi cuerpo. Entorné la cabeza y el aroma de la butaca penetró por mis fosas nasales. Uno de mis pies descalzos cayó sobre la alfombra y el tacto del mimbre me devolvió de nuevo al cuadro, que no es un cuadro sino un armario de llaves. Imaginé las llaves y mi ensueño se posó en el pomo de la puerta de la entrada, la única puerta de mi casa. Una casa abierta e indiscreta, como yo.
Y entonces fue: “Oh! cielos”. El sueño y la quietud menguaron para dar paso a un tropel de pensamientos y acciones: “el interior de una casa es una fuente de sensaciones”, y toqué el cojín, rugoso, y el brazo de la butaca, liso y fresquito. Observé los colores de la cortina y las líneas del perchero. Olí la madera de la escultura que Patricio me regaló aquel día, aquel día que ahora recuerdo. Y ese recuerdo me llevó a otro, y entonces pensé que todo cambia (y creí comprender qué es eso de las tendencias), aunque a veces menos (y se forman los estilos). Y que algunas cosas son frágiles y otras resistentes, y que algunas me parecen bellas y otras horrendas, y que, por fortuna, uno puede elegir, y que los muebles dependen del espacio y el espacio de los muebles y que todo sirve para algo, y… y, con esto, creo, me dormí, feliz y acurrucada en el paraíso de mi hogar.
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